sábado, 5 de octubre de 2013

Virus

Mirad hermanos míos, mirad en que nos hemos convertido: somos lo mejor de lo mejor y pronto muy pronto cumpliremos nuestros objetivos.
En el aniversario de nuestra existencia se me ha pedido hacer un discurso sobre nosotros mismos y es así como he concebido elogiar el día de nuestra especie.
Hermanos míos vean a su alrededor, vean el progreso de nuestra existencia, vean los costos y la recompensa de nuestras elecciones, mirad la perfección.
En un principio el mundo era perfecto: las otras existencias vivían en armonía, en paz, vivían en la más absoluta tranquilidad. Existían tranquilos porque el mundo era bondadoso con las criaturas: les daba el alimento, les daba cobijo para que pudieran reproducirse sin problema alguno, es decir, el mundo junto con las criaturas era perfecto y tranquilo.
Pero lo que no sabía el mundo es que había un creador que observaba todo atentamente, que había un observador que evaluaba todo según su criterio; viendo que la tranquilidad y la paz abundaba en el mundo sus celos enfermizos se acrecentaron. Dios viendo la perfección del mundo se puso celoso y lanzó un castigo; pues pensó que el mundo era mejor que él, que la perfección que le tocó a él no era el mismo que del mundo: el mundo era hermoso en el movimiento, en el tiempo y el espacio, mas él estaba estacionado, quieto, aburrido. El mundo se había vuelto su rival en la eternidad y la envidia lo carcomió hasta sus más profundos pensamientos; Dios quería esta perfección y como no la podía tener le lanzó un castigo al mundo por ser perfecto en sí misma.
La maldición llegó al mundo en un ser de a dos, llegó como otra criatura inofensiva al cual el mundo debía proteger en su absoluta bondad, llegó al mundo otro ser que el mundo debía fecundar. Y es ahí que el caos comenzó.
Este ser de a dos que llegó desde el cielo se empezó a multiplicar por montones en el mundo, recorrió todo el globo como sangre por las venas; este ser comenzó a consumir todos los recursos del mundo, a contaminar todos los lugares del mundo, a malgastar la vida de aquel lugar que en un principio lo cobijó con amor y afecto como una madre da la vida por su hijo, comenzó a reproducirse por montones y a ver esto el mundo en su agonía le preguntó: ¿por que me estas destruyendo, que te he hecho yo? A lo que al unísono todas las réplicas del mismo ser respondieron: somos la imagen de Dios.
En la conmemoración de nuestro natalicio hermanos míos rindo un sentido homenaje a nosotros mismos que con nuestro esfuerzo y coraje hemos hecho el mayor acto de valentía y justicia: tuvimos la capacidad y la mente fría de arrancar el corazón a nuestra madre, de destruir a la casa que nos hospedó y guareció de los enemigos; destruimos a nuestro protector como manifiesto de nuestra superioridad y perfección, mas espero que Dios esté orgulloso de nuestro actuar como el padre siempre está orgulloso de su hijo.
Humanos del mundo, ¡SALUD!

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